El consumo de cemento está fuertemente relacionado con la salud económica de una nación y está considerado como
uno de sus más fiables indicadores. Por eso, la profunda recesión que se vive actualmente en España, con la caída brutal y persistente de la construcción, especialmente en nueva vivienda residencial, pero también en obra pública, está abocando al sector cementero nacional a un fuerte redimensionamiento, con los inevitables cierres, por ahora indefinidos, de algunas plantas o líneas y un ajuste laboral, acorde con estas extraordinarias circunstancias. Sin embargo, y en paralelo, esta inédita ralentización de la actividad está acelerando a marchas forzadas el insoslayable
reto de la sostenibilidad, aparcado parcialmente por el vertiginoso crecimiento de las décadas pasadas. Así, cuestiones como la reducción de emisiones a la atmósfera, el ahorro energético, la valorización de residuos, el reciclaje del agua o la regeneración medioambiental de canteras y graveras se han situado en la primera línea de prioridad en la filosofía empresarial. Al mismo tiempo, la crisis está agudizando la innovación, alumbrando una gama de productos más acordes con principios ecosostenibles, caracterizados por la eficacia, polivalencia, durabilidad y eficiencia energética, entre otras propiedades.
En este contexto, la industria cementara española aborda el quinto ejercicio consecutivo con la producción descendiendo en porcentajes de dos dígitos. En 2011, el
sector ya acumuló una pérdida del 60% sobre el record histórico de 54,4 millones de toneladas producidas en el no tan lejano 2007.