Si bien durante el siglo XX se produce un aumento del número de disciplinas deportivas, así como del número de atletas profesionales, y un reclamo internacional de grandes eventos que estimuló la creación de grandes instalaciones durante la primera mitad de este siglo, los grandes complejos deportivos, levantados en Europa y Estados Unidos, seguían el modelo clásico del anfiteatro romano (Los Ángeles 1927, y Berlín 1936).
Los avances tecnológicos producidos en la segunda mitad de siglo XX hicieron posible la realización de grandiosas estructuras. Así, Kenzo Tange, para los Juegos Olímpicos de Tokio (1964), proyectó un estadio con piscina y gimnasio cubiertos. El estadio olímpico de Munich presentó una cubierta de nudos de acero y planchas transparentes de material plástico. En Los Ángeles (1984) se usó caucho para las pistas de atletismo para reducir el mantenimiento y aumentar la acción de empuje del atleta durante la carrera. Para el Mundial de fútbol italiano de 1990, se construyeron numerosas instalaciones en Turín y en Bari y, a manos de Renzo Piano, se modernizaron algunas estructuras, como el estadio Meazza en Milán. Los Juegos Olímpicos del 92 permitieron dotar a Barcelona de numerosos espacios públicos y llevar a cabo una renovación de zonas deprimidas.