En el diseño de un entorno, la luz desempeña un papel primordial tanto en cuanto debe satisfacer las necesidades de los usuarios, como ha de servir al concepto arquitectónico del espacio proyectado.
Las construcciones artificiales destinadas al baño han sido una constante en la Historia de la Humanidad. Se han encontrado representaciones gráficas de piscinas en restos arqueológicos del Antiguo Egipto y, sin irnos tan lejos en el espacio y en el tiempo, enseguida recordamos las termas romanas y los baños árabes. Estas diferentes modalidades de piscina tenían un elemento en común: no sólo eran un servicio público destinado a la higiene, sino que ejercían como lugares de encuentro, charla, ocio y relajamiento. Como vemos, esta concepción se ha trasladado casi idéntica hasta nuestros días, aunque nosotros hayamos incorporado un componente deportivo. De hecho, la primera acepción de piscina por parte de la Real Academia de la Lengua la define como “estanque destinado al baño, a la natación o a otros ejercicios y deportes acuáticos”. Sin embargo, tras el importante papel jugado por estos espacios en el mundo antiguo, la piscina pareció quedar relegada hasta el siglo XX, cuando empiezan a instalarse de nuevo piscinas en las viviendas particulares más lujosas, y se popularizan las instalaciones públicas. Así, aquellas primeras piscinas que empiezan a desembarcar en la segunda mitad del pasado siglo eran instalaciones entendidas como un lugar de esparcimiento, de descanso, de disfrute, para refrescarse y, por supuesto, un equipamiento perfecto para ejercitar el cuerpo. Por aquel entonces, el aspecto estético no era tan tenido en cuenta como lo es actualmente, como se puede apreciar en la evolución de su diseño, con multiplicidad de formas, colores y elementos accesorios (luces, cascadas, escalinatas…) que contribuyen a que la piscina se configure como un recurso con un alto poder decorativo.