Como recoge IECA, las primeras obras de piedra que presentan uniones mediante conglomerante hidráulico se sitúan en el norte de Chile hace 5.000 años. Se trataba simplemente de las paredes de las chozas, en las que se utilizaba como conglomerante el producto de la calcinación de algas. Más tarde, los egipcios usarían morteros de yeso y cal en sus construcciones monumentales y, después, las civilizaciones troyana y micénica emplearían piedras unidas por arcilla para levantar muros. Sin embargo, el hormigón elaborado con un mínimo de técnica no aparece hasta una bóvedas construidas hacia el 100 a.C.
Uno de los pasos más importantes lo dieron los romanos, que descubrieron un cemento a partir de la mezcla de cenizas volcánicas (puzolanas) con cal viva, primer antecesor del cemento puzolánico. De hecho, las puzolanas toman su nombre de la actual localidad de Puzzuoli, próxima a Nápoles, y a las faldas del Vesubio. Ya en el año 27 a.C. se construye con hormigón el Panteón de Roma, que sería destruido y reconstruido en el siglo siguiente.