Si pensamos en la ciudad de Granada, inevitablemente nos rondará la mente la palabra Historia. La ciudad del Albaicín y la Alhambra es una de esas poblaciones cuya arquitectura no puede ser estruendosa, espectacular o escultórica, no puede restarle protagonismo a los cuidados detalles del Patio de los Leones o al Generalife. Así lo entendieron Campo Baeza en la Sede de Caja Granada, Siza en el Edificio Zaida o Jiménez Torrecillas en su particular reconstrucción de la antigua Muralla de la ciudad. Estos arquitectos generaron soluciones sobrias, sin grandes alardes, más encaminadas a aprovechar la intensa luz que mueve el día a día de la ciudad que a marcar un hito estético. De la misma manera, Perea y Picazas han sabido aprovechar las posibilidades del material “luz”, generando un edificio de blanco hormigonado y reflejo de vidrio. La luz da vida al exterior, al interior, y a las sorpresas formales que aparecen durante la visita. Con marcado carácter protagonista, el espacio compite con la forma como elemento fundamental de la edificación. Los arquitectos entienden, en la nueva Sede de la Diputación de Granada, el espacio como “un sistema ambiental y perceptivo que encadena lo externo y lo interno según una organización pulsante, dinámica y continua”, un espacio que se genera y desaparece en cada pliegue del edificio de modo aleatoriamente ordenado. Aquí, cada pequeño metro de vacío es solo la antesala del siguiente, un diáfano mundo donde interior y exterior están siempre de la mano generando más y más espacio en secuencias inacabables, verticales, horizontales, etc.
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