La dilatada experiencia de Ramón Artigues, cuando formaron el estudio, aportaría muchas cosas. ¿Qué es lo más importante que aprendió de él? ¿Cómo recuerda aquellos primeros años de trabajo conjunto?
Aquellos años, ahora ya muy lejanos, los recuerdo con un cierto grado de nostalgia. Nuestro estudio era pequeño, apenas cuatro o cinco personas, la mayoría estudiantes. Dibujábamos a mano sobre papel cebolla y después sobre papel vegetal a tinta. Los proyectos se alargaban meses y meses, algunos incluso años, como el Auditorio de Lleida. Era fantástico poder reflexionar despacio, sin prisas, sin ruido, con intensidad…
De Ramón Artigues, aprendí el dudar de las primeras y fugaces soluciones, aprendí a profundizar lentamente y sin promateriales 32 decaimiento, aprendí la importancia de la construcción y el rigor de la obra bien hecha… y sobre todo aprendí del privilegio que supuso poder contrastar mis opiniones con las de un arquitecto tan riguroso.
Desde que Artigues se retiró, ¿ha cambiado en algo su forma de afrontar los nuevos proyectos?
En lo básico y fundamental, yo diría que no ha cambiado excesivamente. En la ejecución de los proyectos, las cosas han sido diferentes porque los tiempos, las circunstancias y las demandas también son distintas. Hay demasiada gente alrededor de los proyectos y las obras… demasiado experto… y demasiada poca reflexión. En general, hay demasiado ruido. En esto hemos salido perdiendo.