En el subconsciente de todos se encuentra la premisa básica de que una buena seguridad es fundamental, pero no siempre tomamos las medidas más oportunas para proveernos de ella. De esta manera, es frecuente que las instalaciones no vayan más allá de los requisitos exigidos por las diferentes normativas al respecto, lo que hace particularmente importante que las mismas presten una atención destacada a algunas circunstacias. Por ejemplo, el marco regulatorio sobre incendios hace especial hincapié en la protección de los edificios en los que el fuego pueda causar las más graves consecuencias por diferentes motivos, bien sea por sus consecuencias humanas debido a la difícil o imposible evacuación -grandes almacenes, edificios de gran altura, hospitales-, la complicación o imposibilidad de sustitución de lo quemado -museos, archivos- o económicas -destrozos en sala de ordenadores, maquinaria-.
Uno de los principales argumentos esgrimidos a la hora de justificar la escasa atención concedida en ocasiones a las instalaciones de seguridad es su coste económico. Sin embargo, este punto de vista es rebatido si consideramos que la incidencia puede ser mínima si las instalaciones se prevén en fase de proyecto. Además, nos puede resultar incluso rentable, puesto que la seguridad proporcionada obra en favor de un descuento sobre la prima del seguro, tal y como sucede, por ejemplo, en las pólizas contra incendios.