La inspiración de Alejandro Bueso-Inchausti

La vocación por la arquitectura en mi caso nace después de la de ser arquitecto. En la infancia son las personas más que las circunstancias las que nos influyen. Mi padre era un extraordinario dibujante y, aunque estudió matemáticas, siempre mostró mucho interés por la arquitectura a pesar de que no se planteó de joven otra formación que seguir los pasos que había trazado su padre, catedrático de matemáticas de instituto. Durante nuestra infancia tuvimos mucha relación con los hermanos de mi madre que, aunque era abogado, su verdadera vocación era la literatura y desarrolló su actividad laboral siempre vinculada al mundo editorial. El enorme vínculo con su familia devino en que mis tres hermanas fueran médico, como lo era la única hermana de mi madre y mi hermano Jorge y yo arquitectos como su hermano, influencia que, unida a mi facilidad para las matemáticas y el dibujo, parecían conducirme en línea recta hacia la profesión de arquitecto.

Mi primer recuerdo de admiración por una obra coincidió con el primer día de vacaciones del verano de 1972. Por entonces tenía 12 años y mi padre me contagió su entusiasmo por los volúmenes de hormigón del recién inaugurado zoológico de Madrid. Medio siglo después sigo visitándolo con mis diez nietos deslumbrado todavía ante el extraordinario trabajo de Javier Carvajal.

Alejandro Bueso-Inchausti  y la literatura

Como comentaba, el amor por los libros de mi madre, que trabajaba para una editorial especializada en libros de arquitectura, motivó que, en la biblioteca de casa, además de infinidad de obras literarias que mis padres leían con voracidad, hubiera multitud de libros de arquitectura. Faltaban varios años para que ingresara en la Escuela cuando ya estaba muy familiarizado con la obra de algunos arquitectos como los que yo entendía que eran los “big four” del Movimiento Moderno: Wright, Le Corbusier, Mies y Aalto, pero también de otros como Neutra, Breuer, Gropius, Louis Kahn, Kenzo Tange y un arquitecto americano cuyo libro conocía página a página, Paul Rudolph, del que jamás oí mencionar nada a ningún profesor durante mis años de Escuela. El único arquitecto español que tenía un hueco en la biblioteca de casa era Sert. No fue hasta mis primeros años de Escuela cuando empecé a completar mi biblioteca con arquitectos españoles.

Nunca estuve interesado por los próceres de moda en la Escuela en mis años de estudiante. De alguna manera iba en cierto modo a contracorriente; jamás me interesó la obra de Aldo Rossi o la de Venturi ni el posmodernismo del que fueron máximos exponentes y que tan de moda estaba en la Escuela que yo viví. Ya como estudiante de arquitectura fui alumno de la cátedra de Javier Carvajal, cuya arquitectura me recordaba mucho a la de Rudolph y que seguí con enorme interés. Sigo pensando que la planta de la vivienda que proyectó en Somosaguas para sí mismo es una de las más interesantes de la arquitectura del siglo XX. En esa línea arquitectónica, recién ingresado en la Escuela, descubrí paseando por Londres el recién inaugurado National Theatre de Denys Lasdun, del que nunca anteriormente había oído hablar. En esos años, lejos todavía de las fuentes de información actuales, era difícil documentarse sobre la obra de cualquier arquitecto; con el tiempo conseguí hacerme con un libro monográfico de Lasdun que me habría encantado haber podido analizar durante mis años de estudiante.

Las obras que más le han influenciado

Me preguntan por una obra que me haya influido, son muchas las obras que destacaría por su valor arquitectónico. Durante los años previos al ingreso en la Escuela la casa Kaufmann de Wright era para mí la mayor referencia del Movimiento Moderno, pero si tuviera que señalar una obra de los grandes maestros destacaría el Pabellón de Mies van der Rohe para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, por su anacronismo, tanto desde el punto de vista arquitectónico como desde el constructivo. Merece la pena ver las fotografías de la inauguración presidida por Alfonso XIII y analizar el contraste de los coches y los sombreros de copa de la época con la arquitectura del Pabellón. Sin duda la decisión de volver a levantarlo en los años 80 en el mismo emplazamiento que ocupó durante la Exposición fue una decisión muy acertada. No he dejado de visitarlo en ninguna de mis estancias en Barcelona y lo disfruto con el mismo entusiasmo que percibí en mi primera visita.

Hoy, con los medios de difusión al alcance de todos, es fácil estar al día, pero no cabe la menor duda de que la presencia física pone en contexto la obra en cuanto a su escala y su relación con el entorno en una dimensión incomparable a cualquier medio audiovisual. Viajar sigue siendo indispensable para valorar una obra. Edificios como el Seagram y el Lever House que descubrí en mi primera visita a Nueva York en el verano del 76, un año ante de entrar en la Escuela o el Sydney Opera House, que tuve la oportunidad de visitar el verano del 82, recién graduado, no pueden ponerse en su verdadero valor sin haberlos visto presencialmente y son obras que incluiría en cualquier lista por reducida que fuera.

Durante los últimos años son cada vez más frecuentes las obras de grandes arquitectos que justifican un viaje, y dado que en mi núcleo familiar todos, con la excepción de mi hijo Daniel, ingeniero de Caminos pero con gran interés por la arquitectura, somos arquitectos, cuando viajamos siempre visitamos las últimas obras de vanguardia. Son muchas las obras que destacaría, aunque soy muy crítico con la práctica muy extendida de materializar determinados retos, por el mero hecho de que la tecnología actual lo permite, sin ninguna justificación de fondo.

Me preguntan qué arquitectos me inspiran. Ni Pablo Rein, mi socio durante ya 40 años, ni yo somos muy de seguir corrientes arquitectónicas; siempre hemos intentado seguir una línea de evolución coherente dentro de nuestra forma de entender la arquitectura sin caer en la tentación de seguir modas. No obstante, son muchos los arquitectos que cuentan con mi admiración, pero si tengo que destacar a un arquitecto en ejercicio me decanto por Renzo Piano. Su manera de utilizar los materiales y de conformar la arquitectura desde lo particular a lo general hacen para mí de Piano el arquitecto, si no el más inspirador, al menos el más admirado del concierto internacional.

Autor: Alejandro Bueso-Inchausti, de Bueso-Inchausti & Rein Arquitectos
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