No he olvidado las clases que tuve la suerte de disfrutar en segundo curso de Arquitectura en la Universidad de Barcelona por parte de Rafael Moneo.
Esas clases donde nos apretábamos un montón de estudiantes, en muchos casos, sin llegar a comprender del todo lo que nos intentaba transmitir.
Pero sí que me contagió el entusiasmo y el amor a la arquitectura, cosa que siempre le estaré agradecido, porque a pesar de sufrir en algunos momentos he disfrutado enormemente.
Posteriormente he ido comprendiendo mucho más, los mensajes que nos intentaba comunicar a través de cada proyecto, esas enseñanzas que he procurado poner en práctica desarrollando proyectos.
Frases cripticas en ese momento, como “no es tanto una semblanza, como el retazo de una historia”, fueron calando en mi desarrollo. En este caso entendiendo como la aproximación al lugar es tan necesaria para ubicar la arquitectura.
Aprendimos a proyectar primero pensando en el lugar y siendo coherentes con el entorno. Palabra mágica, “entorno”, es lo que define la arquitectura.
Tabla de contenido
ToggleLa arquitectura del buen hacer, la inspiración
Esa arquitectura del buen hacer y no del protagonismo. Esas obras me marcaron siempre.
Como apreciaba y entendía la arquitectura en cada viaje para ver sus obras: el edificio Urumea de San Sebastián, que parecía haber estado ahí siempre; el ayuntamiento de Logroño, con esa pérgola; el edificio Bankinter, como se consolida en el entorno; o el Museo de arte romano de Mérida con el ladrillo formando arcos donde el espacio y a luz hablan.
Nos enseñó, y aprecio ahora más, como la arquitectura ha de permanecer en el tiempo sin envejecer.
Son muchos ejemplos que he consultado y reflexionado en el inicio de los proyectos para procurar que lo que intento diseñar tenga algo de ese dialogo y escala de donde he aprendido.
Posteriormente los autores nórdicos como Asplund, Jacobsen, Alvar Aalto o Jorn Utzon supusieron una continuidad en ese aprendizaje, en el que sigo…