La fabricación de cada tipo de hormigón, como material diseñado “ex profeso” para cada uso, precisa de una correcta selección de sus componentes. Éstos, además, deben ser dosificados en las proporciones adecuadas, amasados de forma homogénea, preparados y puestos en obra en unas condiciones limitadas, para dar respuesta, en cada caso, a las tres fases principales de la vida de un mortero u hormigón, esto es la puesta en obra, la edad contractual y, a partir de ésta, la vida útil. Esto se traduce en requisitos de trabajabilidad, de resistencia y de durabilidad, respectivamente. Las propiedades asociadas a un buen mortero u hormigón dependerán de aquellas atribuibles tanto a su estado fresco como a su estado endurecido, aquí el papel de los aditivos es fundamental. Así, intervendrán desde su amasado hasta su fraguado inicial, coadyuvando a la trabajabilidad, a la ausencia de exudación y de segregación de componentes, a la correcta velocidad de fraguado y a una determinada retención de agua. En estado fresco, el empleo de aditivos influirá decisivamente en la trabajabilidad, que engloba las principales propiedades requeridas para el hormigón, esto es, la consistencia, la compactabilidad y la estabilidad o cohesión de la mezcla. Cuando se halle en estado endurecido, los aditivos habrán colaborado en la obtención de la resistencia mecánica requerida, en la resistencia a agentes agresivos de toda índole, a la estabilidad dimensional, a la ausencia de eflorescencias y de coqueras, y a la impermeabilidad. No menos importante es el mantenimiento de estas propiedades a lo largo del tiempo, lo que se conoce como “durabilidad”, que no debe ser asociada a la resistencia.
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